No se lo dije a nadie

Ayer me sentí más solo que nunca. Tras dejar que se llevaran mi sangre, me quedé esperando a que me volvieran a llamar para meterme a la resonancia magnética. Estaba aterrado y no se lo dije a nadie.

Hace un par de días, movido por la esperanza y la desesperación, visité a un neurólogo. Intenté decirle todo lo que sentía, todo lo que ha pasado y todo lo que me han dicho. Parecía una terapia para mi cuerpo. En una de las pruebas, el médico notó una leve desviación en uno de mis ojos, lo que explicaría las alteraciones visuales de los últimos meses. El próximo paso era simple: buscar la causa. Estudios y más estudios.

Salí del consultorio embriago de emociones: por un lado, la certeza de no estar loco me entusiasmaba, pero, por el otro, la posibilidad de que algo estuviera mal en mi cabeza me aterraba. Llegué a mi coche, me bañé varias veces con gel antibacterial, me quité el cubrebocas y lloré.

De regreso a casa, el mundo me pareció más oscuro que de costumbre.

Intenté resolver pendientes pero mi cabeza estaba en otro lado. Me di la tarde y le conté a algunas personas qué había pasado. Me escucharon y eso me tranquilizó un poco. Pero a nadie le dije todo el miedo que sentía.

Toda la semana estuve aterrado.

El sábado desperté muy temprano a bañarme. Tenía tanto miedo que ni siquiera noté el ayuno. Mis hermanas construyeron un plan para llevarme y recogerme. Y creo que sólo por eso logré llegar (y volver, claro).

Todo el tiempo que esperé, imaginé las historias de las personas que estaban allí: sigue impresionándome todo eso que pasa en silencio estos meses, porque, pareciera, que todo aquello que no es el bicho, no existe.

Me llamaron, me desvestí, me explicaron qué pasaría y me preguntaron si le tenía miedo a los lugares pequeños y cerrados. Y allí comencé a pensar en todo el miedo que he pasado en silencio los últimos meses. En esos breves momentos en los que la máquina no hacía ruido, pensaba cuánto he necesitado que alguien sostenga mi mano cuando tengo miedo.

Y quizá no hay peor época para eso que ésta: las manos de los otros son peligrosas.

Todo el fin de semana he estado hundido en angustia. Estoy aterrado y no se lo digo a nadie.

No sé por qué. O quizá es este cansancio a que me lean, a que me escuchen… Quiero que alguien sostenga mi mano para aferrarme algo aunque todo ande mal.

4 comentarios sobre “No se lo dije a nadie

  1. Tu escrito… De verdad me destrozó un poco, y sentí por un momento que te conocía y que quería sostenerte de la mano y decirte que no tengas miedo, aunque no se bien que clase de cosa se dice en estos momentos. No sé si esto sea un relato o un diario de tu vida, si es lo segundo, en verdad espero que estés bien, que te encuentres mejor y que lo que sea que está impidiendo te dormir, no sea nada de gravedad y que si lo es, haya una recuperación pronta para ti. No te conozco de nada, pero te ofrezco un abrazo sincero, al menos en la distancia. Bendiciones!

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