El monstruo en el espejo

Todavía quedan algunas gotas en mi piel. Esas traviesas que lograron escapar de la toalla. Intento borrarlas una vez más de mi cara. Levanto los ojos y allí está el monstruo en el espejo. Allí estoy.

Nunca me he parecido guapo. Quizá nunca nadie me dijo que lo era (y a veces necesitas palabras para moldearte) o quizá no encontré un parecido con las formas en las revistas. Salgo a la calle amorfo, incompleto y ajeno. No me siento un sueño, aunque tampoco una tormenta. Me acostumbré a no encontrar ojos en mi piel.

Miro un rato mis pupilas en el espejo. Ese complicado baile que hacen con la luz. Intento encontrar el universo que guardan. Me bastaría ver un simple cometa en ellos esta mañana.

No me miró, no me miró y no me miró, la historia se repite una y otra vez, como si alguien disfrutara la escena. Las historias en 24 cuadros por segundo mienten, nadie me descubrió. No importa lo que imagine, ni lo que piense, lo que cuenta es la piel. Pues, ¿cómo pedirle a alguien que haga una radiografía de lo que soy? 

Mi piel está seca, pero vuelvo a pasar la toalla, quizá en un acto desesperado por reconocer mi piel. Intento no verme tan mal en los reflejos, pero realmente es batalla perdida. Cierro los ojos y comienzo el día.

Vaya época para no tener un buen reflejo, pues están en todas partes. Hasta las cucharas pueden ser espejos.

15 maravillas

En 2013, compré unas figurillas cabezonas que, en ese momento, me parecieron simples y baratas. El paso del tiempo les dio más valor y creó un complicado movimiento a su alrededor, tanto por aquellas figuras descontinuadas como por la exclusividad que tienen algunas tiendas. Una especie de ajedrez, donde hay peones y realeza, con la promesa de que un peón puede convertirse en el rey del juego.

Tras fascinarme con La Mujer Maravilla interpretada por Gal Gadot, en diciembre del 2017, me propuse tener todas las figuras de esta colección inspiradas en ella: 15 en total. Busqué, como siempre, en Amazon y sólo encontré una. Dos amigas, en el cumplimiento de la complicidad, me regalaron otras dos. Acabé el año con tres y, extrañamente, me sentí más lejos de la meta.

Recurrí a Mercado Libre con la esperanza de que los revendedores tuvieran algunas por allí. Y las tenían casi todas. Sólo que a precios altísimos. Salí de allí con cuatro y con la regla de no gastar más de 500 pesos (25 dólares más o menos) en una figura. En la desesperación, incluso pedí ayuda a la mejor amiga de mi hermana en Seattle, pero sólo pude conseguir una más. Casi terminaba enero y yo sólo tenía 8. Más de la mitad en cantidad, pero menos de la mitad en cuestión de esfuerzo.

Mi amiga Daniela, con quien comparto esta pequeña obsesión, me vio tan entusiasmado que me dijo que buscaría en un grupo de coleccionistas. Unas horas después, tomé las riendas de mi destino y me uní a tres grupos para buscarlas yo mismo. Todo me parecía clandestino.

El primer paso fue entender el mecanismo: cómo ocurrían la venta y la entrega. Los dos caminos más comunes son Mercado Libre y verse en persona cuando coinciden las ciudades. Dejarle todo a una página me parecía lo más sencillo, pero llegar a un acuerdo en persona te ahorra entre 100 y 120 pesos por el envío. Ir a cualquier metro y regresar a casa me cuesta 22 pesos, y a veces eso puede ser la diferencia entre cumplir o no la regla: no más de 500 pesos por figura.

El siguiente paso fue encontrar a alguien que vendiera las piezas que me faltaban. Me cansé de recorrer cientos de catálogos sin éxito, así que confié en los vendedores y escribí mi carta a Los Reyes Magos: las 6 restantes (la otra ya la tenía localizada en Amazon). Las primeras respuestas fueron puntos, que, más tarde entendí, son formas de tener notificaciones de tu publicación porque ellos están buscando lo mismo. ¡Ladrones de muñecos cabezones!

A las pocas horas, un chico contestó mi publicación indicando que tenía una de las piezas que buscaba. Y mi crisis comenzó: cómo llegar a un acuerdo con él para la entrega, cómo confiar, cómo lograr que me esperara hasta el fin de semana… Llevo muchos años haciendo acuerdos con empresas en Internet, pero nunca con personas. Leticia y Daniela, quienes me regalaron dos Maravillas en diciembre, me asesoraron: pide fotos, agenda un día, no quedes bajo el reloj de esa estación porque lo están cambiando. Al parecer todos conocen el mecanismo para hacer transacciones en el metro.

La charla con el chico fue fría y directa en Facebook: Lo quiero, nos vemos en Metro Hidalgo. Son negocios, como dice Daniela. Pero en cualquier charla, pregunto, por lo menos, cómo estás. Y, a la hora de comprar, espero que me enamoren un poco más de eso que quiero. Sentía que estaba haciendo algo prohibido y eso me puso algo nervioso. Casi nunca uso el metro en mi ciudad y era mi primer intercambio con este mecanismo. Leticia dijo que me acompañaría.

Llegamos a Metro Hidalgo diez minutos antes de la cita un sábado cualquiera y el lugar estaba lleno de personas comprando y vendiendo juguetes. Los vendedores tienen bolsas y mochilas con los productos, los acuerdos son previos, no es un catálogo abierto. La estación estaba llena de gente esperando y me pregunté cómo identificaría a mi vendedor. El punto exacto que acordamos tenía, al menos, 15 personas esperando. Por suerte, él sacó a mi Wonder Woman como si fuese un letrero en el aeropuerto.

Saludo, verificación de identidad, exhibición de producto, validación, entrega de dinero y despedida. Cuando me di cuenta, ya estábamos en los vagones del metro. Yo con mi Mujer Maravilla cabezona vestida de amazona.

metro

Esa misma tarde, fuimos a Liverpool a buscar otra (me volví un gran buscador de estos muñecos en las tiendas más comunes de México). ¡10 maravillas! Y quince días después, regresé a Metro Hidalgo por otra, la onceava, esta vez como un experto o, al menos, ya no tan nervioso. La semana pasada, logré encontrar una más en el gran bazar que hay en Facebook, sólo que la transacción fue por Mercado Libre. Sabía que el chico de DHL llegaría con mi paquete en dos días entre doce y dos de la tarde. Y así fue.

Estoy a tres figuras de tenerlo todo. Un todo que, imagino, no durará mucho. Algo más saldrá.

El sabor del sol

En el baile de la derecha y la izquierda, los dos dimos el paso a la derecha y las palabras comenzaron. Fue una breve fiesta entre preguntas y halagos, hasta el intercambio de números. Con ellos, comenzamos una historia de planes, sin dejar los mimos virtuales. En la primera llamada, su voz me pareció infinita, un lugar para guardarlo todo, lo simple y lo inimaginable.

Pronto volvería de Londres y las ansias todo devoraban. Fue un martes. Partí de la escuela a devorarme la tarde para encontrarnos en Sol al anochecer. Salí del metro y allí estaba. Sincronizamos nuestras miradas y las sonrisas que escapan sin querer.

Dijo palabras simples, torpes, quizá, pero su voz se llevó el otoño de Madrid.

romance

Dimos unos pasos intentando derrumbar los muros construidos para los desconocidos. Y comenzamos un paseo de sabores. Me habló del pimiento, la sal, el ajo y algunas especias. Parecía que preparaba un guiso con sus palabras y sus ojos, y, de algún modo, yo estaba en esa olla.

Salimos del último restaurante y decidí quebrar el mundo que existía entre nuestras bocas: el primer beso. Todo cayó, esa distancia, los muros construidos para desconocidos y conocidos, pero allí estaba su abrazo, para sostenerlo todo. Era el sabor del sol.

Llegó el viento frío que anuncia el invierno e invitó a mis manos a su abrigo. Allí nuestros dedos tuvieron su propio baile, tejían una telaraña o un mundo, un secreto que sólo ellos supieron.

Y volvimos a Sol.

Cayó

Todas la vieron caer, pero ninguna hizo nada.

Lo habían compartido todo en su historia: el pasado, las raíces, los ataques, los secretos, el sol, la lluvia, todo. Eran vecinas y hermanas. Quizá alguna vez tuvieron alguna pelea por ser la más hermosa, pero aquello se olvidó, preferían bailar y cantar con el cálido viento de los últimos días de marzo. Todas al mismo tiempo haciendo un concierto.

Aun en los días terribles y oscuros, enfrentaron juntas al mundo. Algunas recuerdan las mordidas, otras intentan olvidar los golpes que venían con los truenos. Mas todas decidieron esperar al sol. Una junto a la otra, envejecieron.

Vendrá, dijo una.

Todas la vieron caer, pero ninguna hizo nada. La primera caída del otoño.

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