Otro sueño febril

Escucho los pasos de un par de manecillas. Corren, una tras otra, sin embargo, en la habitación no hay relojes. Cada vez están más cerca. Rebanarán mi cuerpo. Siento el tiempo en toda mi piel. Se vuelven una guillotina y cortan mi cabeza. Cae con mis ojos abiertos: lo veré todo por siempre. Distingo los últimos rayos de sol en mi ventana mientras un sinfín de pájaros rompen enredaderas y entran. Imagino ser comida de aves, pero sólo soy motivo para su canto, el cual no cesa, cada vez más fuerte.

Agua, dos perlas de seiscientos miligramos. La fiebre baja, pero aún hay un pájarillo en mi ventana.

Huellas

Era una tarde cualquiera. Caminábamos en el parque. Lo hacíamos desde hace mucho tiempo. Alguien había barrido las hojas. El otoño comenzaba a dormirse. En unas horas celebraríamos otro solsticio de invierno. Prepararíamos chocolate caliente y esperaríamos el abrazo de la nieve. Miré su mano en la mía y me asusté. Todo me pareció aburrido. Cuándo envejecimosDónde quedó la aventura. Sólo quería una más. Sentí que caería. No podía gritar, así que en un intento desesperado mis ojos buscaron auxilio atrás. Y allí estaban ellas: nuestras huellas. Eran muy claras en aquel suelo seco. Las suyas venían de un lado y las mías del bosque. Al juntarse, sin pensarlo, habían comenzado a bailar. Nuestro primer rayo de Sol juntos, nuestra casa, nuestro dragón, nuestro viaje en un día lluvioso, nuestras noches en la biblioteca de abajo, nuestra cama. Nuestras huellas nunca pararon el baile. Se encontraban cada día, aún estando lejos. No mintió: pensaba en mí estando del otro lado del mundo. No caí. Su mano me sostenía sin saberlo. Le pedí en silencio mi última aventura. Cerré los ojos y allí estaba: su boca y un beso. Nuestro último beso. Y entonces, pude morir.

El sueño más hermoso del mundo

Era el sueño más hermoso del mundo. Sentía a la vida en sus venas. Había colores, sus favoritos. Lo que siempre deseó estaba allí. Parecía que todo era su creación. Un abrazo imaginario llenó su universo. Todo se volvió cálido. Y constante.

Despertó antes de tiempo, pues sabía que no merecía esa belleza. Pero al abrir los ojos allí estaba alguien. Acercándose lentamente. Destruyendo todo. Creando todo. Era un beso por la mañana. Un faro para que el latido supiera a dónde volver. Era cálido y constante.

Cerró los ojos y volvió al sueño antes de tiempo. Sabía que no merecía tanta belleza.

Sueño en marzo

Voy huyendo en un caballo. He olvidado qué hay atrás, pero el horror sigue en mi piel. No sé a dónde ir, pero sé cómo llegar. Mi caballo corre más rápido cuando escucha mis pensamientos, también teme. Veo y entiendo, no sé si es el mar, un bosque o el espacio, pero sé que es un desierto. Ideas soberbias invaden mi cabeza: pronto mi caballo morirá de cansancio y yo tendré que darle un último pensamiento al mundo. No quiero adelantarme más, pues podría quitarle la maravilla a esas palabras finales, sin embargo, lo hago. Intento hacer treguas con el silencio, pero mis sentidos no dejan de hablar, están devorando cuanto queda, queriéndose llevar algo, lo que sea. La desesperación me inunda, el tiempo se acaba. Miro a mi caballo hecho de espejos y gozo un último reflejo. No es una sombra, soy yo, lo sé. Sonrío, deseando que ése sea el punto final de la historia, sin embargo, mis labios delatan unos dientes negros, colmillos, no, cuchillos hechos de tinieblas empuñados hacia mi boca. Encuentro a la bestia.