Escucho los pasos de un par de manecillas. Corren, una tras otra, sin embargo, en la habitación no hay relojes. Cada vez están más cerca. Rebanarán mi cuerpo. Siento el tiempo en toda mi piel. Se vuelven una guillotina y cortan mi cabeza. Cae con mis ojos abiertos: lo veré todo por siempre. Distingo los últimos rayos de sol en mi ventana mientras un sinfín de pájaros rompen enredaderas y entran. Imagino ser comida de aves, pero sólo soy motivo para su canto, el cual no cesa, cada vez más fuerte.
Agua, dos perlas de seiscientos miligramos. La fiebre baja, pero aún hay un pájarillo en mi ventana.