Espiral: Museo Universitario Arte Contemporáneo

Cerca de Insurgentes, encontré el Museo Universitario Arte Contemporáneo, un laberinto dedicado a los sentidos, a las emociones y al tiempo. El comienzo es una lluvia de colores que mancha, a ciertas horas, las paredes y las escaleras. Poco después, viene una pequeña mesa redonda con la mujer de ojos verdes sobre el tamaño de las mochilas (tu mochila no es muy grande, pero tampoco es muy simple; casi no le debe caber nada, aunque seguro llevas lo esencial). Son unos cuantos pasillos, salones muy grandes y enormes puertas automáticas (que no dejan de parecer bocas de lobos o portales al futuro). Hay puertas tan pequeñas (casi secretas) en los corredores que uno termina sin rumbo, pero en los museos hay que perderse un rato. A veces, se tiene el derecho a empezar en el final, el epílogo es el prólogo y sólo en ese momento se entiende toda la historia, peros los músculos de la imaginación y el entendimiento ya trabajaron. Hay una tormenta dentro de esas paredes: una danza de sonidos, un juego de perspectivas, la inmortalidad, voces ajenas y una breve charla con Remedios Varo y Leonora Carrington (quiero creer que ellas me llevaron a ese lugar).

El colofón del viaje puede ser un café en el sótano mirando rocas, un vistazo a las maravillas del diseño a la salida y un momento a solas con memorias prestadas en Arkheia: La vergüenza de regresar derrotado al pueblo fue lo que lo hizo resistir, dicen en un libro.

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Espiral: Fortunately, the Milk

 

Fortunately, the MilkLlevaba unas cuantas páginas de Fortunately, the Milk (Neil Gaiman) cuando comencé a recordar las historias que me contaba mi mamá cada tarde tras jugar en el parque. Eran relatos cortos que volvían las acciones más simples en viajes extraordinarios: sandías que se escondían para no llegar al frutero; mujeres hechas de plantas que cerraban los caminos a casa; reuniones con brujas del mar, quienes terminaban tarareando canciones sobre puertas; tormentas que traía un caballo cuando escuchaba a los niños pelear; una fábrica que regalaba juguetes por una huelga de duendes y obreros; y muchas más aventuras, muchas más. 

Hay que leer Fortunately, the Milk, las aventuras de un papá al ir a comprar leche, para recordar las historias que nos contaban los grandes e imaginar qué le diremos a los que vienen antes del café de la mañana.

Espiral: Once Upon a Dream

Once Upon a Dream

Casi era media noche, había sido un día largo y el sueño rugía, pidiendo su turno. Poco antes de que mis párpados terminaran de rendirse, dejé correr una canción que apareció en el último recorrido por la gran telaraña. Una melodía melancólica y oscura invadió la habitación, ahuyentando a las bestias oníricas que traen el descanso, las maravillas y las pesadillas. Conocía aquellas notas, incluso recordaba las palabras, pero algo era distinto. Seguía siendo un cuento de hadas, pero esta vez, era una oscura: el cuento de un hada oscura.

No podía moverme. Viajaba al pasado, al nunca será, a la oscuridad, a la felicidad, a la nostalgia, al miedo. Vi a las sombras hacer reverencias a la canción. La letra escapaba de mi boca, era un baile conocido, antiguo. Volví una y otra vez a la canción. Encontré espinas, fuego verde y un dragón.

El encantamiento de la aguja llegó y logré dormir unas cuantas horas. No recuerdo haber visto nada. Todo era oscuro, como el hada.

Espiral: Té de fresa y kiwi

teSólo esperábamos la carta de postres y una bebida caliente: llegaba el final de la cena. Minutos después, tras despedir la tarde (con un poquito de noche) mirando el Museo Soumaya, un aroma dulce que escapaba de una tetera invadió la mesa. Serví en la taza el té, tenía el tiempo, el color y el sabor precisos. Encerré el olor un instante: un baile entre el té de fresa y kiwi con mis labios. Comenzó una fiesta de recuerdos y anhelos. El aroma de la primavera junto a mi abuela y el calor de un abrazo que todavía no pasa. Mis labios se quemaron un momento y un sabor exquisito invadió mi boca, mi garganta, mi memoria y la imaginación. Cerré los ojos y dejé que el mundo fuera un lugar mejor.

Esta historia puede acompañarse con un panqué de plátano y un pastel de tres leches con cajeta (muchísima cajeta) en Carolo, un restaurante en Plaza Carso y en otros lugares de la ciudad.